El silencio vs las voces

Estuve a punto de morir.

Bueno, mi mente me juró que así sería. Evidentemente no pasó, a menos que sea yo desde otro plano compartiendo que sí, después de muchos pensamientos intrusivos y desvalorizar el seguir respirando, tuve miedo de dejar de hacerlo. 

En cinco días pueden pasar muchas cosas, en mi caso: un ataque de ansiedad, una nueva posible amistad, desconocimiento frente al espejo. Sonreír por ambigüedades y a los dos minutos enojarse porque sí. Reírse de la nada y pasar la mayor parte de las horas en (con) silencio.

En cinco meses pueden pasar más cosas, en mi caso: poner prácticamente toda mi vida al revés... Quiero decirme que fue porque así lo quise y no por una serie de circunstancias que me acorralaron. Pero es más honesto decir que fue un poco de ambas o que una llevó a la otra. 

El punto es que hace unos días, específicamente cinco, estuve a punto morir. El que piense que estoy exagerando, que salga del chat en este momento. Porque no, mi mente no conoce el concepto "exagerar", ella vive en su burbuja y solo concibe lo que siente en el momento: Para ella y para mí, casi dejo de existir.

Tan en su burbuja habita que ha considerado independizarse. Hace cinco meses pasó de pensar y sugerir acciones, a simplemente llevarlas a cabo. En el mejor de los casos me doy cuenta y puedo opinar o dejarlo pasar, pero hace cinco días actuó tan rápido que me di cuenta hasta cinco minutos después. 

Mi mente eligió el frasco equivocado de pastillas para no soñar (y eso que hace mucho más de cinco meses que Sabina y yo nos dimos un tiempo) y las tomó. Mi nuevo amigo personal, silencio total, se hizo a un lado cuando hubo espacio para mí dentro de mi propia cabeza y reaccioné. Cinco segundos bastaron para recordar que tengo otras amistades que son todo menos silenciosas y últimamente raciocinan más que yo... además del whatsapp de mi doctor.

Cincuenta minutos después había tenido mi más reciente experiencia de caos interno con mis múltiples versiones corriendo en círculos repasando el millón de posibles finales que antes habíamos considerado, y me sentía a bordo de un Mustang sin frenos en reversa a media subida. Solo que ya no estaba silencio, sino un amigo humano al teléfono dándome una clase de RCP verbal mientras yo tenía un lavado de sistema con litros de agua entrando y saliendo de mi cuerpo. 

Y hoy, cinco días después, veo que me asustó el silencio y no a las clásicas voces que me acompañan a terapia cada lunes. ¿Nuevo trauma desbloqueado? Quizás. Pero si no hubiera tenido miedo, tampoco hubiera tenido el valor de hablar con las personas reales además de con mi agotada frankenmente que, igual y ese día, lograba la emancipación tras su cuestionable respeto por la vida.

Así que como buena hija de los 90s y retomando la custodia de mi mente, no puedo evitar pensar en las palabras que el padre de su majestad, la reina Amelia Mignonette Thermopolis Renaldi, le escribió: "El valor no es la ausencia del miedo, sino el conocimiento de saber que hay algo más que el miedo".

Con un poco más de afecto por la vida, aún una chica del 95. 

 

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